Cuando se dio cuenta que todo había terminado definitivamente, lloró. Fueron lágrimas de rabia y toneladas de tristeza. La había eliminado de su mundo apretando un simple botón, una tecla y zas! byebye para siempre.
Lo intuyó el día que él, sonriendo feliz, la contó que su vida iba a dar un giro de 180 grados. En aquel momento, supo que ella no tendría cabida y que ésa sería, quizás, la última vez que se vieran y que se besaran, también.
De madrugada, sentada en la cama y a oscuras, pensaba en ellos dos. Desde el principio, fue una historia con fecha de caducidad. Empezó por sorpresa, como una aventura inesperada y divertida, que ella, aunque se conocía muy bien, no supo parar a tiempo. Al contrario, se empecinó con tanta intensidad, que cuando quiso darse cuenta, ya era demasiado tarde: se había enamorado. ¿Cómo había podido volver a caer? En sus muchos años, no había aprendido nada y seguía siendo la misma ilusa de los 16...
El corazón no tenía remedio, estaba roto en mil pedazos, sin embargo, en medio de la noche, intentaba ordenar su cabeza que bullía incesante, un cóctel explosivo que agitaba unos sentimientos contra otros. Tenía claro que la había utilizado, con su consentimiento, es verdad. Sin engaños. Sólo había sido un reto para él, su desahogo y entretenimiento en los días duros, y ella, consciente de su posición, jamás le había pedido nada a cambio.
Por eso, ahora, no entendía su reacción ¿por qué no podían ser amigos? ¿por qué hacerla daño sin motivo? Y fue en ese preciso instante, entre sueños, que dijo basta y harta de lamentarse de su mala suerte, tomó la decisión: le respetaría, se apartaría de su camino y le olvidaría, como él había hecho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario